Las Sierras de
las Villuercas custodian el tesoro de Nuestra Señora de Guadalupe, Virgen coronada
Reina de la Hispanidad y que acabó triunfando en México, como los buenos
toreros. Entre Oropesa y la Puebla de Guadalupe, se extiende un camino de
accidentada orografía, hermosos encinares, pinares de repoblación, olivares de
cultivo, y jarales de recolonización pirófita. Dicen que en aquellas fragorosas
serranías, hubo en otros tiempos osos pardos; bestias a las que el rey Alfonso
el onceno venía a dar caza allá por el siglo XIV. Nosotros, en esta ocasión,
nos limitamos a surcar sus rurales caminos sin extinguir ninguna especie, ni
aún dejar rastro que delatara nuestra leve presencia. Es ley fundamental y
sagrada del buen ciclista de montaña, no dejar tras su paso más huella que la
breve imprenta de las gomas sobre la tierra.
La ruta este
año transcurrió sin mayores sobresaltos si exceptuamos, claro está, los
habituales tiros de escopeta, que a ambos lados de los caminos nos regalan los
oídos y nos ponen el corazón en la garganta… o los huevos de corbata, como se
prefiera. Como modernos reyes medievales, nuestros entrañables cazadores salen
a prácticar el noble arte de matar aunque hoy no revienten osos, ni lobos, ni
linces; Ya se los cargaron todos. Es así que a falta de armas más sofisticadas,
los cazadores acostumbran a tirar con bala y nosotros, que no teníamos ganas de
hacer el oso, adoptamos la prudente medida de alzar la voz por entre las
escobas y los peñascales: "¡aquí va gente!" o "¡vamos por aquí!
No deben de ser muy buenos tiradores los cazadores de nuestra comarca, porque
no nos pegaron ni un tiro, y mira que se lo pusimos fácil con tanto grito y con
tan colorida vestimenta.
Superada la
“balasera” y llegados a Puerto de San Vicente, nos saludamos el gaznate con
unos cuartillos de cerveza. Tuvo a bien el mesonero de arreglarnos una mesa muy
a nuestro sabor, sobre la que diseccionamos unos filetes de lomo guarnicionados
de patatas y huevos fritos; que no se deben cruzar las sierras de la Jara con
el buche huero.
Un amigo mío,
falto de fuerzas por la recien pasada berrea, hubo de andar las últimas leguas
a lomos de rinoceronte. No obstante, se jaló los filetes, el cornete y el café,
como aquel que llegó el primero y a golpe de pedal. Diz mi amigo que estuvo todo
el verano enfermo y sin entrenar, pero a mí se me hace que fue la referida
berrea, pues es mucha la mies y pocos son los obreros. Y a buen entendedor
pocas palabras bastan.
Lo más del
resto del camino discurrió entre infranqueables desniveles, pinares arreglados
por la mano del hombre, jaras pringosas y algunos madroños que se asomaban de
vez en cuando al borde del camino. Unos buitres leonados pasaron sobre nuestras
cabezas en vuelo rasante. Por entre las retamas se oía el entrecortado diálogo
del pequeño petirrojo. Una amiga mía dice que los petirrojos llevan el alma de
los antepasados, y que por eso se te quedan mirando fijamente. Claro que mi
amiga, es originaria de un país más civilizado que el nuestro, donde los
pajarillos pueden quedarse mirando sin correr el riesgo de que los desplumen de
un cantazo.
Cabe
mencionar, a más de la belleza del paisaje, la subida al puerto de La Palomera,
cuya brutal pendiente y lo roto de su superficie llevaron a todos a rendir
pleitesía al camino. Puesto el pie en tierra, se hubo de subir algún testarudo
repecho.
Y al tran tran
y al vino vino, nos llegamos hasta Alía, pueblo de nombre árabe y que
perteneció a la Orden de Alcántara. A partir de aquí el grupo se dividió en
dos: aquellos que siguieron disfrutando del transito por caminos, y aquellos
otros que eligiendo rematar la ruta por asfalto, fuimos jaleados y aplaudidos
por una multitud de peregrinos que de Córdoba se acercaban a visitar el
monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe, que es centro de peregrinación centenario
para católicos de todo el mundo.
La ruta
finalizó con las fotos de rigor en la Plaza del Monasterio, y una merecida cena
en la Hospedería del mismo.
Algunos, los
más, volvieron a Oropesa en bici al día siguiente, pero de esto no hay
constacia fotográfica y sólo nos queda la fe en que así lo hicieron. (Podéis ver las
fotos de la ruta más abajo).
Agustín
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