viernes, 18 de febrero de 2011

Salida el sábado 19 febrero

Mañana vamos a salir a dar una vuelta por aquí. Hemos quedado Luis y yo a las 10:30 a la puerta del Galo's. No sabemos hacia dónde vamos a tirar. Lo decidiremos sobre la marcha.

Si alguien se anima, allí estaremos.

miércoles, 9 de febrero de 2011

¿Se anima alguien a salir este sábado?

Este sábado, 12 de febrero, voy a salir a dar una vuelta en plan tranqui. Van a ser pocos kilómetros, posiblemente la ruta de Alcañizo.

Si alguno os animáis, enviadme un mensaje a latrochaoropesana@gmail.com. Saldré a las 12:30, así que a esa hora también podríais esperarme en la casilla.

También podéis darme un toque al móvil.

Saludos varios,

Agustín

viernes, 4 de febrero de 2011

Fotos de la Ruta por Los Navalucillos

jueves, 3 de febrero de 2011

Ruta en Los Navalucillos - Así fue, así lo cuento

El día 29 de enero, tuvo lugar la primera ruta 2011 de La Trocha. La jornada se desarrolló bajo un cielo maravillosamente gris, y una temperatura fría como una buena cerveza. El lugar elegido: Los Navalucillos, montes cubiertos de pinos, encinas y jaras que limitan con Cabañeros. Partimos desde los 700 metros de altitud en el Merendero de Las Becerras. Alcanzamos la cota máxima, en un paso cercano a la cumbre del Portillo, situada ésta a 1229 m.

A las 10:30 de la mañana (y tras un pis), emprendíamos el camino. Poco sabíamos nosotros, incautos aprendices del pedal, que arriba en los serpenteantes caminos del Portillo, nos acechaba el peligro entre la jara pringosa. Entre cánticos y alabanzas al señor, comenzamos el ascenso. Dicen las malas lenguas, o sea, Javi, que sobre las lomas que dan forma a la orografía de esta comarca se rodaron escenas de la película "Che", ese gran hombre al que tantos admiramos y tantos otros desprecian. Bien podríamos decir pues, que fuimos por un día alumnos de esta versión española de la "Sierra Maestra" cubana. Nuestro comando guerrillero llegó, todavía pletórico de fuerzas, hasta un conjunto de ruinas que sirvieron en su momento como escenario de la dicha película. Aquí nos detuvimos unos instantes para tomar unas fotos todavía con la sonrisa en la cara.

Tras el "poblado", el camino desciende hasta asomarse al embalse del río Pusa que, adornado de contraluces, nos regaló algunas de las más bellas escenas del día. Como hombres tiernos y mimosos que somos, no pudimos por menos que detener el descenso en un par de ocasiones para admirar el paisaje. Al pie del camino, una pareja de piedras lloraban emocionadas mientras se cogían de la mano. Cómo no recordar aquellos exquisitos versos del poeta local que dicen: ... ¡Vaya, no me acuerdo! Bueno, seguro que hay algún poeta en Los Navalucillos que ha escrito algo. En los pueblos siempre hay poetas (sobre todo amas de casa), y algún historiador.

Unos cientos de metros más abajo, Carlos, pinchó por primera vez. No sería la única. ¡Hasta tres veces! hubo que parar a reparar la rueda del hombre de la eterna sonrisa. Al tercer pinchazo, nuestra cara sí que era un poema. Los miembros de La Trocha, constituidos inmediatamente en Asamblea Extraordinaria, le impusimos allí mismo a Carlos la obligación de ponerle a su bici, de aquí en adelante, ruedas de tractor. Alternativamente y si no hay mucho barro, le permitiremos llevar una bici extra atada a la espalda.

No fueron los pinchazos de Carlos los únicos incidentes de la jornada. Tras una subida larga y fatigosa, que a más de uno dejó el orgullo arrastrado por el arcilloso barro de la pista forestal, esta excursión fue llegando al alto del Portillo. Buitres acechantes trazaban círculos sobre nuestras cabezas. Aferrados a los manillares, mandíbulas prietas y la mirada fija en el horizonte, luchamos denostadamente por no mostrar signos de debilidad a las fieras aladas. Un pequeño error, un pie a tierra jadeantes hubiera podido ser fatal. Cuando el buitre carroñero se siente fuerte, el cielo es suyo. Sus oscuras alas rasgando la mañana, eran para nosotros la sombra de un mal presagio Pesadamente, el ciclista avanza. Las ruedas de nuestras monturas se pegaban al terreno como si éste les debiese dinero.

Arriba en la cumbre, donde el frío mordía con más saña, Javi y yo paramos a tomarnos un par de fotos. De alguna forma, presentíamos el peligro que aguardaba en el descenso. En la escalada hacia la cumbre, el grupo de valientes se había ido fragmentando lenta pero inexorablemente. Luis y Carlos fueron los primeros en atravesar el paso. Quizá eso les salvó la vida; nunca lo sabremos de cierto. Lo que sí es seguro es que fueron los primeros en llegar al merendero para tomarse unas cervezas a nuestra salud ¡Cabrones!

Javi y yo, fuimos los siguientes en llegar al alto. Arriba, Javi miró hacia el manto de jaras y con un gesto torvo me dijo: - "No me gusta". Una sacudida me recorrió la espalda. Debí colocarme mejor la cinta del pulsómetro, que me había estado molestando durante toda la subida. "¿Esperamos al resto?" - pregunté yo, con voz casi suplicante. "No debimos separarnos", -acertó a decir Javi, mirando el camino que tras de nos habíamos dejado. "Bajemos un poco, aquí hace demasiado frío para morir".

Retomamos el camino con más miedo que vergüenza. Atravesamos un inhospito paraje de piedras sueltas y soledad (aquí sonido de viento soplando). Entramos en Cabañeros. "En este lugar podremos esperar a los muchachos" - afirmó Javi, tratando de sonar confiado. Unos minutos más tarde, aparece Paco, ya somos tres. Reuniendo el valor suficiente continuamos con el descenso. En este tramo el camino discurre entre la cumbre del Portillo y el río Valtravieso. Unos metros más abajo Paco me avisa: "Agustín, te adelanto." "Allá tú" - le advierto yo a Paco - "Yo que tú me lo tomaría con más calma, muchacho. El último que me adelantó en una bajada, terminó con la clavícula rota." Paco, como atraído por una fuerza misteriosa, con la vista perdida en el fondo de la pendiente, aprieta los dientes y acelera.

Atrapado por el recuerdo del reciente accidente de nuestro compañero Mute, no puedo evitar cerrar por un momento los ojos, y desear que Paco nunca me hubiera pasado. De repente, un brusco movimiento, un rüido súbito surje de entre la espesura. Instintivamente Javi, Paco y yo, forzamos los frenos de nuestras bicicletas hasta casi destrozarlos. Para Paco, ya es tarde. Como surgida de la nada, aparece en el aire un ejemplar de cierva saltando de derecha a izquierda. Mi mente detiene esa imagen al vuelo. Como si de una escena de Matrix se tratara, el cuerpo de la cierva queda congelado en el tiempo y en el espacio. Sus músculos ágiles y poderosos la han propelido a dos metros de altura, justo frente a la cabeza de Paco. El voluminoso cérvido, por suerte, no aplasta a Javi, que acaba de pasar salvado por la velocidad de su descenso. Paco se libra por un instante. El miedo me paraliza. Entre la maleza se adivina más movimiento. ¿Cuántas bestias quedarán todavía por saltar? ¿Acertará alguna a derribarnos? ¿Será capaz nuestra fornida constitución de aguantar el peso de uno de estos diablos? Paco sigue aferrado al manillar y exprimiendo los frenos hasta más allá de lo técnicamente posible cuando, surge el animal. El impacto es inevitable. Justo en el punto donde la bici de Paco consigue vencer su pulso con la inercia, el cervatillo hinca sus pezuñas e impacta con la rueda delantera... como en un encuentro fatal. ¡Nooooo! ¡Zas!

Afortunadamente, Paco salió del encuentro con algunas magulladuras leves y un golpe en la cabeza. Nada, comparado con lo que hubiera supuesto soportar el pesado impacto directo de una de aquellas bestias.

Una vez nos hubimos rehecho, Javi, Paco y yo, o lo que quedaba de nosotros, retomamos el camino con el espíritu encogido. Tras atravesar el Arroyo del Chorro, llegamos finalmente al Merendero de La Becerras, donde nos esperaba un buen pote de garbanzos, cocidos a fuego lento durante las últimas y terribles veinticuatro horas. Durante largo rato no acertamos a decirnos nada. Ni siquiera podíamos mirarnos unos a otros. Era un denso silencio que competía en profundidad con el frío de aquellas tenebrosas sierras. Más tarde, nos reencontramos con el resto de compañeros, disfrutamos del cocido en silencio, y celebramos nuestra suerte con un licor de la mejor hierba local. Vamos, un chupito de hierbas de los de toda la vida.
¡Ah! os podéis imaginar cómo nos sentó el cocido... ¡De miedo! ¡Y cómo nos pusimos de vinarro malo con Casera!

Un saludo desde esta líneas a los compañeros: Javi, Luis, Paco, Carlos, Gustavo y Ricardo, y a nuestras amigas Carolina, Vanesa y Amaya, que nos acompañaron en la comida. Un abrazo también a Mute, que sigue recuperándose de su encuentro con el camino.

Saludos a todos,

Agustín
PD.: bueno, quizá haya inflado un poco todo esto, pero tiene su verdad.