sábado, 12 de noviembre de 2011

Ruta a Guadalupe 2011


Las Sierras de las Villuercas custodian el tesoro de Nuestra Señora de Guadalupe, Virgen coronada Reina de la Hispanidad y que acabó triunfando en México, como los buenos toreros. Entre Oropesa y la Puebla de Guadalupe, se extiende un camino de accidentada orografía, hermosos encinares, pinares de repoblación, olivares de cultivo, y jarales de recolonización pirófita. Dicen que en aquellas fragorosas serranías, hubo en otros tiempos osos pardos; bestias a las que el rey Alfonso el onceno venía a dar caza allá por el siglo XIV. Nosotros, en esta ocasión, nos limitamos a surcar sus rurales caminos sin extinguir ninguna especie, ni aún dejar rastro que delatara nuestra leve presencia. Es ley fundamental y sagrada del buen ciclista de montaña, no dejar tras su paso más huella que la breve imprenta de las gomas sobre la tierra.
Partimos con la fresca, a eso de las ocho y media de la mañana, de la Plaza del Navarro. Fue ésta la única fémina que acompañó al grupo de valientes personajillos, que por lo demás estaba compuesto de apuestos príncipes y valientes guerreros. Contaron en esta ocasión nuestras huestes con los siguientes esforzados: a los pedales y por riguroso orden alfabético, Agustín, Álvaro, Carlos, Javi, Jesús, Luisi, Maxi, Panta, Pino, Raúl, Tope, Yayo, y la inestimable colaboración de Arturo, al volante del Rhino.
La ruta este año transcurrió sin mayores sobresaltos si exceptuamos, claro está, los habituales tiros de escopeta, que a ambos lados de los caminos nos regalan los oídos y nos ponen el corazón en la garganta… o los huevos de corbata, como se prefiera. Como modernos reyes medievales, nuestros entrañables cazadores salen a prácticar el noble arte de matar aunque hoy no revienten osos, ni lobos, ni linces; Ya se los cargaron todos. Es así que a falta de armas más sofisticadas, los cazadores acostumbran a tirar con bala y nosotros, que no teníamos ganas de hacer el oso, adoptamos la prudente medida de alzar la voz por entre las escobas y los peñascales: "¡aquí va gente!" o "¡vamos por aquí! No deben de ser muy buenos tiradores los cazadores de nuestra comarca, porque no nos pegaron ni un tiro, y mira que se lo pusimos fácil con tanto grito y con tan colorida vestimenta.
Superada la “balasera” y llegados a Puerto de San Vicente, nos saludamos el gaznate con unos cuartillos de cerveza. Tuvo a bien el mesonero de arreglarnos una mesa muy a nuestro sabor, sobre la que diseccionamos unos filetes de lomo guarnicionados de patatas y huevos fritos; que no se deben cruzar las sierras de la Jara con el buche huero.
Un amigo mío, falto de fuerzas por la recien pasada berrea, hubo de andar las últimas leguas a lomos de rinoceronte. No obstante, se jaló los filetes, el cornete y el café, como aquel que llegó el primero y a golpe de pedal. Diz mi amigo que estuvo todo el verano enfermo y sin entrenar, pero a mí se me hace que fue la referida berrea, pues es mucha la mies y pocos son los obreros. Y a buen entendedor pocas palabras bastan.
Lo más del resto del camino discurrió entre infranqueables desniveles, pinares arreglados por la mano del hombre, jaras pringosas y algunos madroños que se asomaban de vez en cuando al borde del camino. Unos buitres leonados pasaron sobre nuestras cabezas en vuelo rasante. Por entre las retamas se oía el entrecortado diálogo del pequeño petirrojo. Una amiga mía dice que los petirrojos llevan el alma de los antepasados, y que por eso se te quedan mirando fijamente. Claro que mi amiga, es originaria de un país más civilizado que el nuestro, donde los pajarillos pueden quedarse mirando sin correr el riesgo de que los desplumen de un cantazo.
Cabe mencionar, a más de la belleza del paisaje, la subida al puerto de La Palomera, cuya brutal pendiente y lo roto de su superficie llevaron a todos a rendir pleitesía al camino. Puesto el pie en tierra, se hubo de subir algún testarudo repecho.
Y al tran tran y al vino vino, nos llegamos hasta Alía, pueblo de nombre árabe y que perteneció a la Orden de Alcántara. A partir de aquí el grupo se dividió en dos: aquellos que siguieron disfrutando del transito por caminos, y aquellos otros que eligiendo rematar la ruta por asfalto, fuimos jaleados y aplaudidos por una multitud de peregrinos que de Córdoba se acercaban a visitar el monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe, que es centro de peregrinación centenario para católicos de todo el mundo.
La ruta finalizó con las fotos de rigor en la Plaza del Monasterio, y una merecida cena en la Hospedería del mismo.
Algunos, los más, volvieron a Oropesa en bici al día siguiente, pero de esto no hay constacia fotográfica y sólo nos queda la fe en que así lo hicieron. (Podéis ver las fotos de la ruta más abajo).

Agustín

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